El hombre, ¿es capaz de la paz?
Hace justo medio siglo de aquel histórico 5 de enero de 1964 cuando el Papa Pablo VI se fundía en Jerusalén en un abrazo con el Patriarca de Constantinopla Atenágoras.
Oriente y Occidente, Roma y Constantinopla daban el primer paso para superar un secular desencuentro, paradójicamente entre quienes profesan una misma fe y que supuso el desbloqueo del camino hacia un ecumenismo que, tan lenta como imparablemente, acerca cada día un poco más a ambos hemisferios de la Iglesia de Cristo, hasta el punto de que hoy se habla de que por fin la Iglesia respira con dos pulmones.
El reciente viaje del Papa Francisco a Tierra Santa representa un nuevo salto histórico en las relaciones entre los pueblos. El abrazo no es ahora a dos, sino a tres y no se trata de hermanos en la fe, sino de representantes de las tres grandes religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islamismo con su enorme lastre de enfrentamientos y persecuciones mutuas que desgraciadamente siguen reproduciéndose en la actualidad entre los sectores más integristas del Islam.
El Papa Francisco ha logrado que el presidente de Israel Simon Peres y el de la Autoridad Nacional Palestina Mahmoud Abbas acepten su invitación para reunirse con él en el Vaticano el próximo mes de junio. No se trata de una nueva ronda de conversaciones políticas de las que tantas ha habido durante décadas con los principales lideres mundiales. No para hablar de desarme o de treguas. Han quedado para rezar, para rezar con tres voces distintas al único Dios. Y no es trivial el asunto como con evidente ligereza más de uno ha podido pensar: dirigirse juntos al padre común es el primer paso para llegar a reconocerse como hermanos. Para alcanzar el mutuo entendimiento el ser humano siempre ha de empezar por limpiar el corazón.
No sabemos el alcance futuro de este primer encuentro, pero en todo caso sienta las bases de por donde habremos de transitar si queremos una paz definitiva en nuestro convulso mundo. La amarga experiencia de la historia humana nos hace ser escépticos ante la pregunta de si el hombre es capaz de la paz. Pero entretanto y con la confianza puesta en el mañana, hoy sí podemos afirmar que el hombre al menos es capaz de la esperanza.